Febrero 4, 2020
Hace 15 años, cuando decidí estudiar medicina, supe que no sería una labor fácil. Ser doctor demanda mucho esfuerzo y tiempo, pero siempre tuve claro que quería dedicar el resto de mi vida a ayudar personas. A pesar de ser una vida demandante y llena de riesgos, vale la pena siempre y cuando mis pacientes estén satisfechos con sus tratamientos. Sin embargo, nunca pensé que me enfrentaría al patógeno desconocido que tengo ante mis ojos.
Era un jueves álgido en aquel diciembre en la ciudad de Wuhan. El invierno cada vez se hacía más intenso. Me dirigía al hospital como de costumbre. En la mañana había recibido una llamada del Comité de Salud Municipal, informándome de siete casos atípicos de neumonía. Al llegar, me di cuenta de la gravedad de la situación. Los pacientes se encontraban en un estado crítico, pero no sabíamos la causa del repentino brote de esta nueva enfermedad. Nunca había visto algo así antes, era como si pudiera escuchar sus almas rogando por la libertad de sus cuerpos. Las horas, los minutos, los segundos transcurrían lentamente y a pesar de nuestros inagotables intentos por mantener a cada uno con vida, poco a poco fueron dando su último aliento. Estoy acostumbrado a escuchar la manera en que se aceleran los pitidos del monitor multiparamétrico, sabiendo lo que significaba. Finalmente, ese es el trabajo de un doctor, enfrentar situaciones de vida o muerte a diario. Pero en esta ocasión, cada pulsación la sentí más fuerte, podía sentir la profundidad con la que me atravesaban, en donde por pequeños instantes la existencia no parecía tener sentido. En ese momento fue cuando decidí estudiar esta enfermedad a fondo.
Lo único que tenían en común estas personas era que la mayoría eran trabajadores del Mercado de Mariscos. Esto me llevó a pensar que el virus podía ser transmitido por animales. Después de hacer varias pruebas de laboratorio noté algo peculiar en las muestras. El microorganismo que estaba causando esta mortal enfermedad tenía cierta similitud genética con el virus que surgió en Cantón hace 16 años, el SARS. Al principio pensé que podría tratarse de la evolución de este, ya que los síntomas son muy parecidos. No obstante, posteriormente supe que se trataba de un nuevo Coronavirus. En ese instante, quedé paralizado, no porque había descubierto el origen de la enfermedad, sino porque sabía lo que nos esperaba en los próximos meses. Teniendo en cuenta la magnitud de la propagación del anterior virus, era necesario empezar a tener precauciones y aislar a las personas contagiadas, antes de que fuese muy tarde. Decidí advertir a mis colegas de esta nueva infección por Coronavirus, los cuales no recibieron las noticias de la mejor manera. La información se filtró causando reacciones negativas entre las personas y se convirtió en un escándalo.
Días después, para mi sorpresa, recibí una visita de funcionarios de la Oficina de Seguridad Pública, me dijeron que firmara una carta en donde se me acusaba de hacer falsos comentarios y perturbar severamente el orden social. Mi intención nunca fue que se malinterpretara lo que dije. Sentí que estaba sufriendo una injusticia, pero tuve que aceptarlo. Evidentemente yo estaba actuando de buena voluntad. Me entristecía mucho ver a tanta gente perder a sus seres queridos, pero, sin poder hacer nada al respecto, retomé mi rutina diaria y seguí con mi trabajo.
A la semana siguiente atendí a una paciente con Glaucoma. No sabía que estaba contagiada, pues no mostraba ningún síntoma. Justo después empecé a toser y a sentir fiebre. Me sentía agotado y débil, como si de repente mi cuerpo no estuviera respondiendo correctamente. Cuando menos me lo esperaba me encontraba en cuidados intensivos recibiendo oxigenoterapia. Era cuestión de tiempo para que me diagnosticaran positivo para el Coronavirus. Sin embargo, esto no era lo que me preocupaba. Mientras yo me encontraba internado, fuera de las paredes de ese hospital las autoridades de salud sostenían que no había evidencia de transmisión entre personas, que no había trabajadores de salud infectados y que el brote era “prevenible y controlable”. La población China estaba viviendo bajo un engaño, seguían saliendo a las calles sin ninguna protección. Para ese momento, los casos positivos habían aumentado en gran medida. Entretanto, las autoridades locales me ofrecieron una disculpa pública, pero para mí lo importante era que la gente supiera la verdad, la justicia me importaba menos. Mi deseo es poderme recuperar y volver a mi puesto de trabajo. Sin embargo, si los funcionarios hubieran divulgado antes la información, la situación hubiera sido completamente diferente a lo que es ahora.
A mi familia, quienes son mi motivación para seguir adelante y recuperarme de esta enfermedad, los extrañó mucho y los veré pronto, así sea en otra vida.
Li Wenliang
Referencias
BBC News Mundo. (2020, 01, 25). Coronavirus de Wuhan: cómo se compara la cepa actual con el SARS y qué puede aprender China de la mortífera epidemia de hace 17 años. Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-51215128
Hegarty, S. (2020, 02, 07). Coronavirus en China: quién era Li Wenliang, el doctor que trató de alertar sobre el brote (y cuya muerte causa indignación). BBC News Mundo. Recuperado de https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-51371640
The New York Times. (2020, 02, 09). Este médico advirtió sobre el coronavirus. Hablamos con él antes de que muriera. Recuperado de https://www.nytimes.com/es/2020/02/09/espanol/mundo/li-wenliang-china-coronavirus.html
Vidal, M. (2020, 02, 07). Li Wenliang, el médico símbolo del dolor y la rabia por la gestión del coronavirus en China. El País. Recuperado de https://elpais.com/sociedad/2020/02/07/actualidad/1581069534_140822.html
Xinhua. (2020, 03, 19). China publica informe de investigación sobre cuestiones relacionadas con el Dr. Li Wenliang. Recuperado de http://spanish.xinhuanet.com/2020-03/19/c_138896079.htm