Artículos de opinión
Mi visión de la isla se reduce a ella misma,
lo que de ella no veo es un desconocido absoluto
por todas partes donde no estoy actualmente
reina una noche insondable.
M. Turnier
En la conocida novela de Daniel Defoe Robinson Crusoe (2017), asistimos a la construcción del individuo desde la no presencia (o ausencia si se quiere) del otro como forma en la que se afirma la individualidad humana. La pregunta que aparece en escena es entonces: ¿Qué le sucede a un hombre solo, sin el otro? Inspirada en aquella, la obra de Michell Turnier: Viernes o los limbos del pacífico (1999) busca elucidar esta cuestión desde el ámbito literario y plantea la disyuntiva de un hombre solitario en una isla desierta que más allá de la subsistencia inmediata, debe plantearse la soledad como momento unívoco de encuentro consigo mismo y su naturaleza humana.
Pero ¿cuál es la verdadera función del otro en mis relaciones con el mundo? De acuerdo con la división lacaniana existe un Gran Otro (aquel por medio del cual las relaciones entre semejantes son posibles desde una mirada política) y hay además otro desde el cual la vivencia de las cuestiones del mundo me convierten en un mi-mismo, es decir, hay otro por medio del cual me relaciono con los objetos del mundo, este otro no puede ser un objeto más porque entonces mi percepción de los objetos se desvanece y entonces no tengo consciencia de lo que hay fuera, solo en tanto reconozco que hay sujetos, puedo verme como un sujeto entre otros, lo que en política se denomina prójimo. Ese próximo a mí en muchos sentidos convierte el mundo de los objetos en un mundo inteligible para mí en sentido práctico.
Podemos ver en nuestro epígrafe la idea completa en torno al sentido de una isla desierta que aborda Turnier: una isla deshabitada, no solo me priva de la compañía de los otros, mis próximos, mis vecinos, sino además de la experiencia misma de los objetos conocidos por ellos, como un juego de video en el que el escenario que es conocido por el jugador pierde todo significado y aparece o desaparece conforme es experimentado por el jugador al cual toda experiencia posible le sucede y cuyo marco de acción representa la existencia del afuera, aquí lo otro solo es posible en tanto es existencia vivida y nunca en referencia a otro “por todas partes donde no estoy actualmente reina una noche insondable” (46). El mundo del Robinson de Turnier es nada más que su mundo efectivo, la ausencia del otro ha hecho desaparecer toda una geometría de los fondos, todo objeto preexiste gracias al otro que lo prefigura para mí, como si esperara a ser descubierto por mí. “el objeto disponía de todo un margen en el que yo sentía la apreciada pre-existencia de lo siguiente… el otro es un proporcionador de mundos, de marginalidades de transiciones, introduce en nuestro mundo otros y los introduce como “lo nuestro” (…) podría decirse que es el otro aquello que introduce un horizonte múltiple en nosotros” Deleuze (2010).
No se trata solamente de una pseudo-lectura hegeliana del reconocimiento del otro como fórmula inequívoca de su existencia y por ende de nuestras relaciones, lo cual resultaría fácil y podría degenerar en doctrinas efectistas como por ejemplo la teoría de género o los feminismos actuales; sino del reconocimiento del entre nosotros como el terreno en el que se construye no solo la relación entre dos, sino la alteridad misma: el otro es un mundo posible, continente a su vez de otros mundos posibles “él relativiza lo no sabido, porque el otro para mí introduce el signo de lo no percibido en lo que yo percibo y me determina a hacerme cargo de lo que yo no percibo como perceptible por el otro” (86). Es inevitable pensar en Sartre en este punto: el otro no es ni sujeto ni objeto, no es él-en-sí como surgimiento, sino como divergencia lo que abre un camino; esta paradoja se resuelve con la idea según la cual el otro supone que es la distancia entre ambos lo que en realidad existe; el otro es significante no significado, es la expresión de mundo posible porque tiene un rostro, porque habla y abre con su existencia la posibilidad del diá-logo. Lo posible entonces es la doblez que surge en el lenguaje, existencia virtual que encadena el tiempo como pasado y futuro, nunca presente. Robinson incorpora un orden humano a la vez que percibe que en la isla desierta ya no hay estructura del otro, ya no hay término en qué basar tal estructura. “pero el otro no es un objeto ni un sujeto, es en primer lugar, una estructura de mi campo perceptivo, sin la cual, este campo en su conjunto no funcionaría como lo hace” (102).
Tal estructura es denominada por Deleuze el otro a priori e incorpora la disonancia cognitiva que nos aborda en un mundo de pandemia. ¿Cuál es la razón o sentido del otro en mi vida? ¿Hay un sentido para el cual el toro adquiere significado más allá de una vaga sentimentalidad? Como hemos visto el otro no solo llena un vacío emocional determinado, es fundante de las relaciones con el mundo y establece un nodo por medio del cual puedo reconocer la existencia de un abismo que se funda entre nosotros, un entre que unifica y le da sentido a las cosas como percibidas ya antes de que yo las ponga en el mundo; sea esto tal vez lo que establece una clara diferencia entre nuestro mundo, aquel que llamamos real, y los mundos virtuales a los que asistimos de manera frecuente, sea esto tal vez lo que los acerca cada vez más de manera insondable y misteriosa.
Lista de referencias:
Deleuze, G. (2010). Michel tournier y el mundo sin el otro. Anagrama. Barcelona.
Tournier, M. (1999). Viernes o los limbos del pacífico. Rei. Madrid.
Me gusta