SOMOS SIMPLES PASAJEROS
Actualizado: 30 nov 2020
A muchas familias les cuesta elegir el nombre de sus hijos, y no es extraño ya que es uno de los momentos más esperados por los padres. Es el primer legado familiar que uno recibe al nacer, así pues, es un regalo para toda la vida. Algunos padres nombran a sus hijos de cierta manera para mantener una tradición familiar, para homenajear a una persona fallecida o simplemente porque les gusta cómo suena. Sin embargo, para mi es más que una tarjeta de presentación que influye, por alguna razón, lo que los demás pueden pensar de ti. Es así como me he tomado el atrevimiento de investigar sobre el nombre Sarah, una joven de 23 años que toma el mismo tren desde que empezó el invierno. Además de presenciar maletas, relojes, campanas, sombreros, llantos, risas, las miradas entre desconocidos, el paso fugaz por los pueblos y estaciones; este ferrocarril tiene algo peculiar. Cuando un pasajero muere, su nombre es tallado en el asiento que ocupaba. He viajado durante toda mi vida y me sé el nombre de cada pasajero que se ha subido a este tren. Sarah se sienta enfrente mío, las dos horas de viaje las ocupa escribiendo en su diario café aterciopelado. De vez en cuando admiro su rostro, pero baja la mirada rápidamente. Así era yo hace unos años, tímida y soñadora. Sarah significa “princesa” ,pero nunca se ha identificado con esa definición. Supongo que es por la ropa que lleva; no se viste igual que las demás. Puede ser por la forma de su cuerpo, su contextura es delgada y no es muy alta. Sus facciones no son como las de las otras pasajeras, pero en su rareza está su encanto.

(Ilustración por: Daniela Bravo)
En la Biblia vemos cómo Dios cambia el nombre de los profetas según su nueva identidad. Por ejemplo, Abraham (Padre enaltecido) a Abraham (Padre de multitudes), y Jacob (suplantador) a Israel (el que lucha con Dios). Si me preguntaran hace 30 años sobre mi identidad, respondería según mis antecedentes familiares o de acuerdo con lo que los demás piensan de mí; hoy en día determino mi identidad de forma diferente.
Hoy es 12 de noviembre de 1987 y por primera vez la bella joven levanta su rostro y me pregunta: ¿No te da miedo morir? Sorprendida, le respondo: No, la muerte es otra etapa de la vida, tal como nacer. Ella me explica que se siente presionada por ser alguien que no es, piensa que debe ser perfecta; vestir y tener un cuerpo de cierta manera. La muerte le da miedo, no quisiera morir sin saber quién es en realidad. Se abren las puertas del tren; es el destino de Sarah, recoge sus cosas, pero deja su diario en la parte derecha de su asiento.
Pasan unos minutos, tomo la libreta y empiezo a leer. Las primeras páginas son sobre sobre su familia y sus amigos. Algunos nombres me parecen conocidos, las últimas páginas están en blanco. Me parece curioso que no hable de ella sino de las personas a su alrededor. Le pido prestado un lápiz a Carlos, el pasajero que se sienta al lado mío y empiezo a escribir. “Querida Sarah, sé que dejaste tu diario para que lo leyera y entendiera que sentías, pero no encontré nada sobre ti. Me gustaría responder a tu pregunta sobre la muerte y darte un consejo. La muerte es solo una transición a otra vida con Dios, lo que llevamos dentro es lo que importa, nuestra energía pura. Lo que llamamos cuerpo, lo que la sociedad exalta como si fuera otro dios, es solo un caparazón, el cual se deteriora con el paso del tiempo. Es el alma lo que nos determina como seres vivientes, y lo único que nos llevamos al morir. Tú no te subes a este tren por cómo se ve, sino hacia dónde se dirige. Nuestros sueños, ambiciones y experiencias son lo que nos define y le dan sentido a nuestro nombre; no nuestra familia, amigos o sociedad.”
La joven de ojos decaídos nunca volvió y su nombre sigue resonando en mi cabeza hasta el día de hoy.