“No sé qué hacer, tengo miedo” Se repetían unos a otros.
“¿Y si volvemos? ¿Qué tal si volvemos a donde estábamos?” Siempre fue más fácil, es más tranquilo. Si seguimos aquí moriremos en el intento. No saldremos, y si lo hacemos será todo un milagro.
(Ilustrado por: Daniela Bravo)
“¿Y si lo hacemos sin dudar?” Respondió otra. Todos la miraron con una expresión de sorpresa y extrañeza, pues era callada pero la más decidida, aunque no lo supieran. “¿Qué tal si salimos victoriosos? Imaginen lograr esto y ser recordados para siempre, ¡que se escriban libros sobre nosotros! No encontraríamos una mejor aventura no importa a donde fuésemos” — continuó. Todos tenían sus ojos puestos en ella, pues apelaba al orgullo y realización de cada uno, pero sus miedos los confinaban. Sus miedos les susurraban cada noche, eran sus compañías más parlanchinas y desalentadoras. Causaban pesadillas y pensamientos hipotéticos negativos que no les permitían seguir sin que sus músculos se entumecieran, su cuerpo temblara y su corazón sudara.
“Siempre dudarán, siempre habrá miedo, se trata de hacerlo a pesar de ello” — Respondió el anciano tío. “Se trata de ser suficientemente humano y humilde como para reconocer sus temores y límites. Es sobre callar voces innecesarias porque la muerte llegará tarde o temprano, y no arrepentirse siquiera de un segundo, porque los sueños que nos trajeron hasta aquí, si no se logran pesarán en su conciencia más que cualquier herida que hayan obtenido en el camino. Las cicatrices han de ser nuestro orgullo y no nuestra penuria; ya sea la cicatriz en una rodilla tras una caída, o las cicatrices de la mente y el corazón de las cuales pocos hablan porque muchos siguen con sus heridas abiertas. También están las cicatrices del parto, mostrando la fuerza de una mujer cuyo llanto y dolor se ve olvidado tras ver el maravilloso fruto de sus entrañas. Muchos no aprecian las cicatrices, pero cada una tiene su valía y su propia historia. Todas las personas tienen cicatrices, pero más vale obtenerlas al buscar algo que se anhela, que ganarlas al meramente ‘vivir’.”
Todos le hicieron caso al anciano y siguieron adelante, orgullosos de sus penas porque aún si no ganaban fama o la fortuna vacía que muchos buscan, estarían en la cima del mundo…mejor dicho, desde que siguieron la ensoñación que uno de ellos tuvo durante una fría noche y decidieron comenzar su recorrido, lo estaban.
En estos tiempos de encierro, temor y tristeza que todos hemos tenido que vivir, pareciera que nuestros sueños fueran más lejanos y difíciles de alcanzar. Algunos pensamos que deberíamos dejar de soñar, pues todo es en vano, de nada sirve imaginar insensateces, la vida es cruda y los cuentos de hadas son mentira. Otros los seguimos, pero cuando alguien se mofa de nosotros o nos critica, nos avergonzamos y los olvidamos. Los sueños son una de las armas más poderosas del ser humano porque son los que lo levantan de la cama, construyen su identidad y cambian al mundo.
Al compararnos con muchas personas que vemos en redes sociales, parece que muchos de nuestros sueños son humildes y para nada innovadores. Aunque la competencia incentiva la creatividad, los sueños han perdido su tono mágico y han sido devorados por un sistema capitalista en el que si tu sueño no te hace rico, fallaste en la vida. Pero debemos aprender que los sueños de otros, aunque parezcan “mejores” o “más grandes” no anulan los nuestros, porque las ideas que parecen más pequeñas pueden cambiar el mundo. Los sueños dependen de la dedicación, perseverancia y firmeza, por sobre una nota del colegio o la aprobación de alguien. Casi nunca lo que hagamos saldrá como queremos, pero vivir en nuestra zona de confort, reprimiendo que una lluvia de ideas listas para cambiar vidas salga, es probablemente el mayor fracaso del ser humano. Pensar y soñar es innato, solo hay que dejarlo fluir y tomarse unos minutos diarios para oírse a sí mismo, imaginar y soñar, antes que concentrarse en ver y envidiar los exitos de otros .