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Perdidos para siempre

Por: Laura Noriega


Había una vez una pareja llamada Luis y Ana, que decidieron hacer una caminata en un bosque cercano a su ciudad. El bosque era conocido por ser hermoso, con árboles altos y frondosos, y una gran cantidad de vida silvestre. Pero lo que ellos no sabían era que este bosque tenía un lado oscuro.

Después de varias horas de caminar, Luis y Ana se dieron cuenta de que se habían adentrado demasiado en el bosque y ya no podían encontrar su camino de regreso. La oscuridad empezaba a caer y la pareja empezó a sentir miedo.

Intentaron usar sus celulares para llamar a alguien, pero no había señal. Decidieron caminar en línea recta en la dirección que creían que los llevaría a la salida del bosque, pero después de varios minutos se dieron cuenta de que estaban dando vueltas en círculos.

Luis y Ana empezaron a sentirse desesperados. Tenían hambre, sed y frío. El bosque se oscurecía más y más, y la pareja no podía ver más allá de sus narices.

De repente, escucharon un sonido extraño. Era un ruido agudo y chirriante, como el de una rama que se rompía. Se miraron el uno al otro, temblando de miedo. Entonces, otro sonido: un aullido largo y siniestro. Luis y Ana empezaron a correr, tropezando y cayendo por el terreno accidentado.

Pero cuanto más corrían, más se adentraban en el bosque oscuro. Se dieron cuenta de que estaban perdidos y solos en la oscuridad. Se abrazaron el uno al otro, tratando de encontrar consuelo en su mutua presencia.

De repente, la luz brilló a lo lejos. Una pequeña luz parpadeante que parecía estar moviéndose. Luis y Ana corrieron hacia ella, siguiéndola a través de los árboles.

Cuando llegaron al final del bosque, se encontraron en una pequeña aldea que nunca antes habían visto. Había una mujer mayor sentada en un banco, fumando un cigarrillo. Los ojos de la mujer se abrieron de par en par cuando vio a Luis y Ana.

"¿Qué están haciendo aquí?", preguntó ella. Luis y Ana explicaron que se habían perdido en el bosque oscuro y que habían seguido la luz para llegar a la aldea.

La mujer sonrió y les ofreció un lugar para pasar la noche. Luis y Ana estaban agradecidos por la hospitalidad, y mientras se acurrucaban juntos en una pequeña cabaña de madera, se dieron cuenta de que aquella, no era una aldea inocente.

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