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LAS ASPAS

Por: Andres Montero


Las aspas giraban sin cesar, cortando el aire con un sonido ensordecedor. El hombre yacía en el suelo, inconsciente de su inminente destino. Recordaba haber despertado en aquel extraño lugar, rodeado de oscuridad y una sensación de opresión que le helaba los huesos, pero esta era su único recuerdo.

A medida que las aspas se acercaban cada vez más, el hombre sentía un terror indescriptible. Su instinto de supervivencia le impulsaba a buscar una salida, cualquier lugar al que pudiera escapar de aquella trampa mortal. Sin embargo, su entorno era desolador y no había nada a su alcance que pudiera salvarlo. El único objeto en ese abismo eran las tres aspas sobrepuestas una encima de la otra girando a velocidades variadas.

A medida que las aspas se movían con mayor rapidez, el hombre intentaba desesperadamente mantenerse a salvo. Al principio, lograba caminar sobre ellas, evitando ser atrapado y destrozado por su afilado filo. Pero pronto, el sonido de un engranaje oxidado rompió el silencio, y las aspas aceleraron su velocidad.

En su intento por detener el movimiento, el hombre extendió su mano hacia una de las aspas. Un dolor agudo recorrió su cuerpo cuando sus dedos fueron cortados de manera repentina. El grito se ahogó en su garganta, ya que el vacío que lo rodeaba absorbía todo sonido, excepto el chirriar constante de las aspas.

La situación se volvía cada vez más desesperada. El hombre perdía su cuerpo con cada movimiento de las aspas. El dolor y la angustia se entrelazaban en su mente, y el miedo se apoderaba de su ser. Se dio cuenta de que estaba condenado, atrapado en un ciclo interminable de sufrimiento.

Mientras yacía en el suelo, incapaz de moverse, una niebla negra comenzó a elevarse desde el abismo. La mirada del hombre se encontró con esos ojos en la oscuridad, pero pronto se dio cuenta de que era solo la neblina que se acercaba lentamente. Parecía acecharlo, esperando su oportunidad para engullirlo por completo.

En un último intento de resistencia, el hombre cerró los ojos y se negó a aceptar su trágico destino. Sabía que la niebla lo alcanzaría eventualmente, pero se aferraba a la esperanza de encontrar la paz en el abrazo de la muerte. Las aspas seguían girando sin cesar, indiferentes a su sufrimiento.

En medio de la oscuridad, el hombre finalmente dejó de sentir dolor. Ya no había miedo ni angustia. Solo quedaba el silencio eterno, roto únicamente por el movimiento incesante de las aspas.

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