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La Verdadera Encarnación de Lucifer


Ilustración por: Mariana Espinosa



El miedo consume su organismo, circula sus venas, intenta acabar con sus palpitaciones, hasta que pierda la cordura y se convierta en una víctima mas de nuestra “naturaleza demoníaca”, los observo desde lo alto del bosque, percibo su cobardía, al parecer por nuestra presencia, me niego a adentrarme en sus absurdos deseos por proteger el dogma católico. Nos quieren aniquilar. ¿Me inquieta? No. Sigo mi camino.


La noche anterior, escapé de las manos de un hombre que consumía mi carne cada noche, y logré separarme de un hogar al que me había atado toda una vida. En lo profundo del bosque en el silencio y delicadeza de la naturaleza, tuve por primera vez mi propia alma: mi cama, mi caldero, mi leña, mi fuego. Reconecté por primera vez con la naturaleza cíclica, admiré lo que estaba floreciendo y muriendo y la exorbitante luna que iluminaba mis pasos. A medida que pasaban las lunas, descubrí un don hermoso de la naturaleza, y con delicadeza, abracé la belladona de las verdes matas. Quién lo iba a pensar, aquellas plantas se convirtieron en la cura de la lepra, la anemia, los fuertes choques epilépticos de la población; y no esa viciosa agua bendita. Éramos la única medicina, solo nosotras teníamos el poder de convertir un extracto natural en una dosis curativa. Nunca revelamos nuestros secretos, y mucho menos confiamos en la mano masculina como cura para nuestros males. Nuestro único pecado: ser mujer.


Quisimos acoger a cada criatura inmersa en la religión manipuladora, así que no ocultamos nuestra magia. Ahora, nos esperaba el ahogamiento o edificación de nuestro cuerpo en una hoguera, amarradas del cuello por la soga de grandes monjes entregados al alcohol, a la caseria, y al genocidio. El descabellado monaquismo despertó aún más la supremacía de la Inquisición, y una a una fuimos maldecidas por nuestra naturaleza, siendo señaladas como fuente de muerte y de satanás. Mientras era arrastrada, podía oler su debilidad, sentir su maldad, y observar su encarnación en Lucifer. Los hombres gritaban “Bruja”, pero no soy sorda a esa alegación. Estaba orgullosa de la “Bruja” que era, porque mi alma fue liberada y amada y logre caminar despierta. Nos cazaron paulatinamente por nuestra idiosincrasia. El poder, la virtud, la audacia, y belleza de nuestro linaje los aterrorizaba. Nos callaron por ser “carne de su carne”, y a pesar de ello, nunca fuimos temerosas a la iglesia. A medida que moría, renacía porque venían todos los recuerdos vividos en mi mente, todas las sanaciones, y mi agradecimiento por ser mujer. Di vida al solo tocar las plantas de sabiduría, al esparcir los conocimientos de mis ancestras, di amor al otorgarle mi cuidado a los demás. La bondad de una hermosa flor se opuso de una vez por todas a la maldad de la religión.

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