El Destino de la Naturaleza Humana

Ilustración por: María Victoria Rojas
El exterior es un lugar muy peculiar. Un centro de encuentro donde eventualmente
toda persona está involucrada. La voluntad no necesariamente es un factor
determinante para este paradero pero, aunque no se encuentra dentro de los
planes propios, es un mecanismo que por descarte termina formando parte de las
vivencias personales. Ya sea por el transporte o por reuniones amistosas, el
exterior es un elemento recurrente en la cotidianidad del ser humano. Porque los
humanos somos animales de sociedad, queramos o no, estamos constantemente
buscando el contacto ajeno, tratamos de encontrar un reconforte en la atención
extraña, un ambiente en el que consigamos sentir el interés de alguien más, y
donde nos sintamos protegidos de la preocupación interna, obligándonos a un
comportamiento preestablecido.
No obstante, no nos encontramos el cien por ciento del tiempo en el exterior,
porque hemos construido una burbuja social donde necesitamos igualmente
resguardarnos periódicamente para lograr desarrollarnos de manera interna, un
contraste con la socialización externa, pero que genera un desarrollo en el aspecto
individual. Como resultado tenemos unas acciones que obedecen a las
necesidades corpóreas que cumplen con una salud prospera, tanto física como
emocional, así como suplir el hambre o la sed, nuestras demás conductas parecen
dirigirse hacia un único propósito, una obligación que en definitiva transforma
nuestras vidas en un aparente despropósito.
Adicionalmente, buscamos esta estabilidad emocional en una persona concreta,
un complemento que nos permita encontrar un beneficio constante en la
interacción extra personal, que posteriormente se consolida tradicionalmente con
una familia, formada desde el vínculo que se tiene con esta persona. Una relación
que en retrospectiva es resultado de la influencia que tiene nuestras experiencias
externas como internas, para determinar la idealización que posteriormente
personificamos en otra persona, siguiendo con un hilo invisible que conduce
nuestras vidas hacia una realización aparentemente abordada por nuestra propia
convicción, pero que visto desde un comportamiento humano en sociedad, toma
rasgos de predeterminación de nuestros actos, en donde nos encontramos en un
constante placebo de libre albedrío, para resultar en un desenlace que por se
muestra único ante nuestra mirada, pero que ajeno a los detalles, es una
repetición de la vida del que está nuestro lado, un destino conjunto.
Así pues, dentro de nuestra vida, obedecemos inconscientemente a los
comportamientos que mantenemos de nuestra naturaleza humana. Los detalles
varían según el complemento independiente que nos otorgan nuestras propias
vivencias, pero las raíces, los cimientos de nuestro comportamiento está
determinado desde antes de nacer, en donde obedecemos de una forma maquinal
al propósito animal que tenemos de supervivencia, sin embargo, hemos formado
una relación comunitaria superior al instinto minimalista de reproducción, en
donde, a pesar de tener una programación predeterminada de conducta, podemos
tomar un decisión autónoma de crecimiento a través de nuestra vida. Entonces,
cuál sendero tiene una mayor expresión dentro de nuestra vida estamos realmente
destinados al único cumplimiento de la preservación de la especie, y el resto de
las experiencias son adornos a nuestra experiencia viva, para finalmente
converger en un propósito fugaz, o bien, hemos avanzado lo suficiente dentro de
los aspectos adicionales, para transformar nuestro propósito en un conducto
divergente al comportamiento animal, y liberarnos de un obtuso destino.