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¿Cuál es la Diferencia Entre el Cielo y el Infierno?


Ilustración por: Mariana Espinosa



Al despertarse, Winston notó que no había sido su alarma lo que lo removió de tan plácido descanso, sino el sol mañanero que entraba por la ventana. Llegar tarde era una falta grave en su puesto laboral y era seguro que una reducción en su salario no sería buena para su vida en ningún sentido. Cuando se levantó bruscamente, sintió que una mano lo jalaba hacia la cama, de manera suave pero persistente; era Lily, su esposa, quien aún somnolienta le preguntaba a Winston cuál era el afán. “Voy a llegar tarde al trabajo, el condenado reloj finalmente dejó de funcionar”, dijo Winston, en un apuro por soltarse del agarre de Lily. “¿Qué trabajo? El jardín lo podemos arreglar más tarde, pero por favor, no hace falta tanto estrés por un día así”. Winston pronto se percató de que no tenían ningún jardín y creyendo que Lily se había vuelto loca, se paró a prepararse. Curiosamente, al acercarse al espejo de su baño, Winston creyó que estaba viendo a una persona diferente, y solo salió de su trance al tocar su cara y asegurarse de que lo que estaba viendo era realidad.

Sus ojeras habían desaparecido, su pelo, antes desgreñado y grasoso, había agarrado una lucidez natural. No fue el único cambio que Winston notó, y rápidamente sintió una juventud vigorizante en él; su dolor de espalda había desaparecido y era la primera mañana donde sus rodillas le permitían moverse con tranquilidad. Su rejuvenecimiento no lo detuvo por mucho tiempo y al abrir la llave de la bañera, notó el cálido tacto del agua. Winston no recordaba haber pagado el suministro de agua caliente y solo abría la llave por costumbre. Una vez vestido y arreglado, Winston recorrió su casa hacia el comedor. Era la misma vivienda, pero de cierta manera se veía más limpia, más grande y mucho más agradable. “¿A dónde vas? ¿Es que te volviste loco de repente?” Winston volteo a mirar de dónde venía la voz, y quedó aturdido por Lily, quien similar a él, había atravesado un cambio en sus rasgos faciales que le recordaban a su primer encuentro, más de una década atrás. Winston, ya salido de su trance, le reclamó: “Tengo que salir a trabajar, mujer, ¿Qué crees que nos da de comer?”. Lily soltó una risita femenina y no tardó en reprocharle a Winston que ya se había jubilado. Que, tras subir puestos en la escalera corporativa, su retiro y pensión cubría todo lo que ellos necesitaban. Winston reposo contra la pared, y empezó a creer que esto era un sueño, pero muy pronto se dio cuenta que no sentía ningún peso en sus hombros.

El no lo sabía ni entendía cómo, pero no iba a volver a aquel bloque gris donde trabajaba, y lentamente se acostumbró a este nuevo estilo de vida. De alguna manera, todo era perfecto. La familia tenía fondos para darse ciertos lujos, tan así, que se volvió costumbre familiar visitar un restaurante todos los domingos. No había embotellamientos, y los índices de criminalidad según las noticias se habían vuelto tan mínimos hasta tal punto que asegurarse de que la puerta estuviera cerrada se veía más como una inutilidad. Así pasaron los días, luego meses y luego un año. Todo salió perfectamente. Las visitas médicas eran cortas y gratificantes y el cumpleaños número 9 de Anton fue un regocijo familiar. Pero de alguna manera, Winston no se sentía bien. No era que le molestara pasar todo el día con su familia, ni mucho menos extrañaba estar pegado a una pantalla en el trabajo, pero pronto se dio cuenta de que estaba aburrido. Los días se volvieron monótonos, y no había ningún libro, película o deporte que pudiera llenar el vacío que Winston estaba viviendo.

Quería gritar, se sentía encerrado en una vida que no le pertenecía y solo empeoró cuando se dio cuenta de que era el único que se sentía así. Ni Lily, ni Anton, ni ninguna otra persona concebía lo que Winston sentía. Se volvió loco por dentro y no dormía en las noches por el desespero de que el siguiente día sería igual de aburrido, hasta que un día no fue el sol lo que lo levantó, sino una ruidosa alarma.

Winston no recordaba que la alarma fuera tan detestable, y apenas pudo levantarse de la cama, puesto que necesitó unos segundos para agarrar la fuerza en sus rodillas. Al entrar al baño, Winston se percató que las paredes estaban llenas de moho, pero no le hizo mucho caso. Cuando abrió la llave de la ducha, no salió ni una pizca de agua. Wilson le preguntó a la Lily recién despertada qué había sucedido con el agua, y ella, con un tono detestable que no era propio de ella, le recordó que no pudieron pagarla y que lo poco que habían guardado del mes pasado estaba en una cubeta. Esta no fue la única incidencia, Lily no tendía a actuar de esta manera, pero Winston, apurado por su puntualidad al trabajo acato su rutina con lo que había.

Una vez arreglado, Winston recorrió la casa y empezó a creer que el año de su vida perfectamente traumática había sido producto de su imaginación. Estructuralmente, su hogar era igual, pero los corredores tenían telarañas y las paredes tenían marcas de humedad. Winston recordó su supuesta jubilación, pero el estado de la casa y la actitud de Lily le dio indicios de que de pronto había soñado todo, pero había parecido tan real que Winston no podía dejar de pensar en ese año que pasó encerrado dentro de su mente. Tras desayunar nada más que un trozo de pan duro y café rancio, Winston partió hacia su trabajo. Al abrir la puerta, Winston tuvo un ataque de tos severo y necesitó un minuto para recuperarse y darse cuenta de que los cielos estaban más oscuros de lo normal, y que el aire se respiraba forzosamente. En su recorrido, Winston se dio cuenta de cómo un niño de no más de 12 años por su apariencia, agarraba a golpes a otro niño más joven y le robaba lo que parecía ser una bolsa rota con pan. Solo este hecho lo había sacudido, pero la indiferencia de la multitud que caminaba al lado del magullado joven terminó por entristecer a Winston.

De cierta manera, todo era peor. Las calles estaban sucias y el edificio en donde quedaba su oficina le parecía mucho más demacrado que antes. Las horas pasaron y cuando fue hora de devolverse a su casa, Winston se dio cuenta que una ventana de su carro estaba rota. Probablemente alguien había intentado robarle pero no había mucho botín de igual manera. Al llegar a su casa, sintió que estaba abandonada, hasta que Lily, con una voz ronca, le dijo que cerrara la puerta y revisará los seguros. El resto de la noche fue igual de mala al día. Anton no habló en ningún momento y se resignaba a encerrarse en su cuarto, mientras que la actitud de Lily se mostraba cada vez más odiosa. Una vez en la cama, Winston se quedó mirando al techo, y en un momento de reflexión, se dio cuenta que esta vida de dificultad, llena de falencias y conflictos, era mucho mejor que su prisión de vivos colores y de perfecta imperfección. Winston sintió que había algo por lo que trabajar, fuera una mejor casa, una mejor familia, una mejor ciudad, o lo que fuera, siempre y cuando él tuviera un propósito en la vida que no fuera solo vivirla, él estaría satisfecho.


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