Escuchas tu alarma. Suena exactamente a las 6:30 de la mañana todos los días. No te alcanzas a recuperar del repudio que te genera ese repetitivo sonido cuanto te das cuenta que ya te has levantado de tu cama. Sabes que cualquier otra persona revisará primero su celular antes de siquiera darse un tiempo para volver a la realidad, pero tu no, tu eres diferente, o al menos eso te gusta pensar. Te diriges al baño, y te miras al espejo. ¿Cómo es posible que haya gente que se pueda mirar en este y no sienta la misma repulsión ante este reflejo como tú? Pasas lo que parecen horas mirándote, tu cabello negro, tus cejas gruesas, y esos ojos oscuros que hace unos meses enamoraban a cualquier chica que tuviera el infortunio fijar los suyos en ti. Ahora todo es diferente, buscas cualquier pequeño error que puede haber en un ser humano en tu propia cara: un ojo más grande que el otro, un lunar en donde no debía ir, una ceja más alta que la otra. Pero al final esto no te debería importar, porque después de todo siempre te han dicho que tu eras diferente y lo que en su entonces parecía un chiste de mal gusto, resultó ser una muy acertada premonición. Miras el reloj, son las 6:35, solo han pasado cinco minutos. Te da risa lo lento que pasa el tiempo cuando no tienes nada más por vivir. ¿Donde estaba esa lentitud en el paso de los minutos cuando tenías toda una vida por delante? Pero tu no piensas en el pasado, te parece una pérdida de tiempo. Nunca has entendido a esa gente que se deja llevar por la nostalgia, recordando con melancolía sus mejores momentos. Tu sabes que no sirve de nada extrañar lo que nunca va a volver. Mucho menos ahora.
Después de tomar un largo baño, te vistes y bajas las escaleras. Llegas al primer piso de tu apartamento. Te acuerdas de cuando lo compraste. Nadie pensaba que fuera posible que un muchacho de 25 años tuviera su propio apartamento, mucho menos con la crisis económica. Pero tú decidiste demostrarles lo contrario. Te acuerdas de la cara de orgullo de tu mamá, la mujer que te enseñó todo lo que sabes, al ver que su pequeño niño se estaba convirtiendo en todo un hombre y la cara de satisfacción de tu papá, que aunque no estaba muy presente en tu vida, le encantaba presumirle a sus amigos de copas lo exitoso que había salido su hijo, sabiendo que no tuvo nada que ver con esto. Ahora este apartamento, que en algún momento fue la realización de un sueño de toda una vida, una venganza hacia los que no creían en ti, un escape de tu realidad, se convirtió en tu cárcel en donde los guardias son los doctores y las enfermeras que llegan todos los días a revisarte y tomar tu temperatura. Caminas hacia la cocina, en el mesón hay dos tarros de pastillas con tu nombre escrito en ellos: Santiago Torres. Coges 2 pastillas de acetaminofén del primer tarro, la dosis normal de todas las mañanas, y te las tomas. Después te diriges al segundo tarro y te das cuenta que no son pastillas. Dice “Zanamivir inhalable”. Te sorprendes, pues nunca te habían dado este medicamento antes. De igual manera sabes que será uno de los muchos que no va a funcionar. Ha pasado un poco más de un mes desde que diagnosticaron con ese raro virus que aparentemente llegó de la nada. Aún recuerdas bromear con tus amigos de cómo todo era una teoría conspirativa y como nada les iba a pasar pues tenían toda una vida por delante. A veces es gracioso pensar en cómo funciona el universo. Ahora ya no tienes ni amigos ni vida por delante.
Caminas hacia la sala, y te sientas en un gran sofá de color café que tu ex novia Camila te ayudó a comprar. De repente escuchas su dulce voz diciendo “Para ser alguien que dice que no le gusta pensar en el pasado de seguro piensas mucho en él” seguido de una risa traviesa. Te gustaba Camila, fue la única mujer en tu vida que te desafiaba, te hacía mejor persona. Pero al igual que a el resto de gente que te quería, la alejaste. Cuando descubriste que tenías un virus cuya cura no existe, alejaste a todo el mundo. Decidiste que simplemente no valía la pena pretender que ibas a seguir vivo mucho tiempo. Nunca te gustó tener esperanza. Así que abandonaste tu ser, y te convertiste en un caso de estudio, una estadística, una noticia de último momento en los noticieros. Toda tu vida te dijeron que eras diferente, solo que nunca te imaginaste que de esta manera.
Muy interesante