Es fácil caer en la rutina, en la monotonía, perder de vista el propósito o la dirección del camino que en algún momento empezamos a caminar, en mi caso con mucha seguridad. Es por eso que cuando interiorizas esa verdad, cuando dejas de ignorar, consciente o inconscientemente, los detalles, los síntomas, y las dolencias, se siente como si la base sólida que siempre te había sostenido se agrietara y cayera a pedazos debajo de tus pies. En un inicio el impacto te deja atontado, entumecido, inicialmente no sientes nada, tal vez porque aún no te lo crees, porque ya te has acostumbrado a no sentir nada, o porque no sabes qué sentir; incluso si supieras, probablemente tus emociones lo ignorarían, actuarían con esa voluntad propia que las hace tan mágicas, tan explosivas en su peligro. Uno puede creer que se conoce a sí mismo, puede imaginar cómo reaccionará en determinados escenarios, prepararse, buscar apoyo o consejo, pero la verdad es que todo eso hará poco y nada en el momento de la verdad.
Cuando se habla de que todo el mundo está un poco loco – ¿Y quiénes serán “esos”, los que hablan de estas cosas? ¿Esos que con autoridad que no les ha dado nadie marcan el compás al cual bailan todos los demás, bailamos todos nosotros? ¿Y aún entonces, quienes somos “nosotros”? ¿Hay acaso espías, ellos, infiltrados entre nosotros? ¿Saben ellos que son espías, son conscientes? – siempre se hace en la mejor luz. Se habla de la locura como algo más bien maravilloso, algo que solo unos pocos elegidos tienen el honor de experimentar, se habla de ese algo que los separa a ellos de nosotros – no ellos, ellos son otros – y que los califica como genios y eruditos. Se suele ignorar el lado oscuro de la locura, parte fundamental de lo que la hace tan maravillosa, pero que indiscutiblemente intimida. Si se llega a superar ese temor, o si se deja de pelear contra él, si nos dejamos dominar por él, se puede apreciar la belleza que compone la gracia de la locura. Gracia que en sí no es ni buena ni mala, como no lo es nada en esencia, como lo vuelve la gente – ¿y será esta gente “ellos” o “nosotros”? –, como lo es la gente. Porque la gente no es como los animales, al menos no en este sentido, la gente es consciente de ese bien y ese mal que aparentemente nos rige a todos, pero me he dado cuenta, en medio de todo lo que pensé cuando aún gozaba de no sentir, que a veces a pesar de usar las mismas palabras lo que algunos entienden como bueno o como malo es diferente, a veces sutilmente diferente, a veces completamente diferente. Los límites que separan lo bueno y lo malo pueden entremezclarse, más aún porque se suele asumir que todos entendemos lo mismo al hablar de ello y nadie se toma el trabajo de aclararlo. Yo aún no estoy seguro de considerar como bueno o como malo lo que pasó. Tampoco estoy aún seguro de poder considerarme loco, no como los genios, sino como esos locos en los que no se piensa cuando se habla de locura, esos que se ocultan y se olvidan, esos que no comprenden el mundo, o tal vez lo comprenden más que todos nosotros. No lo sé.
Muchos dicen que es algo que te marca, algo inolvidable, algo que cambia la forma en la que ves el mundo, pero yo sigo igual, aun no siento nada, aun sabiendo que sí pasó, tal vez cuando lo haga pueda saber si estoy loco. Recuerdo los detalles, insignificantes, pero es lo que más recuerdo. Recuerdo preguntarme si la amaba en realidad, o si solo la engañaba a ella, o me engañaba a mí, o nos engañaba a ambos, o si la amé, pero dejé de hacerlo. Dicen que si en verdad la amara no lo hubiera hecho. Aunque creo que no tiene que ver con ella, a pesar de que tiene todo que ver con ella porque fue quien se llevó la peor parte. No lo sé. Sé que tiene que ver conmigo, eso sí lo sé. Sé que fui yo quien lo hizo, lo sé, aunque no pueda explicarme por qué. Me han dicho – aunque no vale la pena recordar quienes – que debería alegar demencia, que debería afirmar que las circunstancias, el encierro obligatorio, el pánico disfrazado de tranquilidad y comprensión, la violencia encubierta, las muertes en masa, me llevaron a hacerlo. Dicen que será mejor así, pero yo no estoy seguro.
De lo que sí estoy seguro es de que a pesar de que fui yo quien la mató, que fueron mis manos comandadas por mi voluntad las que se cerraron alrededor de su garganta, la extraño.