Era un día cálido y resplandeciente. Ni Omar ni ningún ciudadano podía salir a las calles de Bogotá por la pandemia del Coronavirus. Era un hombre alto, con gafas, ojos color verde, fuerte, su pelo era corto tal cual como el de un militar, se caracterizaba por su buena actitud y energía frente a la situación que tuvo que presenciar. En una casa de tres pisos junto a sus padres, María y Julio, un espacio amplio donde podían realizar distintas actividades las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Cocinaban, cantaban, hacían ejercicio, pero lo más importante era que la realidad los unió, estableciendo un vínculo familiar más fuerte que nunca, y eso conllevó a vivir una cuarentena no solo de grandes momentos, sino que también les dio la oportunidad de crecer a nivel personal.
A lo largo de la sobrevivencia del COVID-19, la familia Caballero comenzó a padecer síntomas que eran indiferentes a la situación. Omar empezó a tener fiebre, pero nunca pensó que fuera crítico para su salud. Por ende, siguió con su rutina diaria: hacerse el desayuno, estudiar, y pasar el resto del tiempo con su familia, revelando un sentimiento de felicidad interminable. María padeció dolor de garganta, pero ella simplemente decía que con las pastillas que le había regalado su madre se iba a curar, y que no había preocupación alguna, continuando con su vida y siempre estando atenta a sus dos valiosos hombres que la llenaban de alegría y amor. Julio tenía dificultad para respirar, lo cual no fue ninguna novedad para él, pues dedujo que ese inconveniente era resultado del ejercicio. Le resultó lógico ya que siempre terminaba cansado y con dolor de espalda, pero eso no impidió mantener la emoción de compartir con su hijo y su mujer.
A lo largo de los días siguieron con su vida la cual empezó siendo una aventura familiar, pero luego terminó convirtiéndose en una sorprendente tormenta de dolor y sufrimiento que creó una separación y el final de su presencia en la ciudad de Bogotá. Era un viernes, en la noche, 9 p.m. María estaba preparando la cena, pollo con ensalada y jugo de tomate de árbol, pero no la pudo terminar. Se sentía agotada, no podía moverse. Resultó que no solo tenía dolor de garganta, sino que también tenía fiebre, debilitándola. Sin poder hacer nada al respecto, cayó desplomada en la cocina del primer piso. Mientras tanto, Omar se encontraba en el segundo piso. Había pasado toda la tarde con sus padres, pero durante esa hora quiso escuchar música en su cuarto. La fiebre había progresado de manera completamente inesperada y su cuerpo quedó entre los ritmos de la música, donde toda su felicidad se desvaneció. Julio estaba en el tercer piso descansando después de haber hecho una rutina exhaustiva de ejercicio. Al finalizar, los pulmones no le respondían y el aire fue una falta durante un momento permanente. El dolor fue intenso pero fugaz, llevándolo a desmayarse lentamente en el piso y todo concluyó. Ningún miembro de la familia pudo saber la muerte del otro. Terminó el día, durante el transcurso de las vivencias dentro de la casa, las experiencias llegaron a su fin y todo se desmoronó. La intensa luz de vida y la sólida unión familiar que existía desapareció.