A mis estudiantes
En tu abrazo yo abrazo lo que existe. Pablo Neruda.
El día despierta por primera vez sin el ruido hasta ayer habitual de los automotores transitando frente a mi casa, en la calle cercana; sin el afán de la madrugada y la premura de la ducha que nunca es tan cálida como esperamos para ayudarnos a abrir los ojos y olvidar la comodidad de una cama tibia que abandonamos con el dolor de quien abandona lo que no quiere abandonar. El día despierta sin el desayuno a medio terminar porque hay que correr al bus, o porque papá o mamá esperan en el carro para ir al colegio, y porque debemos ganarle la batalla a la autopista que se roba esos minuticos que rogamos al despertador para quedarnos un rato más en la cama.
Por primera vez desde mi nacimiento, veo un amanecer distinto que se repite día a día pero que siempre es nuevo. Una consciencia diferente, tal vez más real, que me permite descubrir el canto de un pájaro que hasta entonces no había escuchado y que ahora se convierte en mi alarma matutina para recordarme que vuelvo a abrir los ojos y que no estoy soñando- tal vez su canto siempre estuvo allí, pero mis oídos lo ignoraron. Por primera vez en años reconozco la estrepitosa risa de mi vecina, a quien nunca antes había escuchado porque mi tiempo vital siempre ocurrió fuera de casa, en el afán del día, del estudio, del trabajo, de las compras, de las tardes de café con los amigos en la cafetería de moda, de los viajes por placer o por trabajo. Y también es la primera vez que descubro los espacios de la casa que he habitado sin reconocerla, y me invento nuevas formas de ver el sofá azul de la sala que durante años solo fue el espacio destinado a los encuentros eventuales con la familia y uno que otro amigo. Ahora ese mismo sofá me hace compañía mientras disfruto la tasa de café de las 7 de la noche, cuando al fin puedo tomar un respiro del computador y de la nueva rutina. Desde este sofá azul mis ojos reconstruyen momentos del pasado a través de los objetos que rodean la sala y que han construido mi historia en este mundo. Detengo mi mirada en cada objeto, y logro recordar; y este recuerdo es nostálgico pero feliz. Soy afortunada porque mi memoria es selectiva y en cada recuerdo siempre hay un momento que me hace sonreír, una persona que amo, un lugar al que anhelo volver, una experiencia que quisiera repetir.
Pero debo ser honesta. Este nuevo despertar no ha sido el producto de una decisión personal, ni el resultado de un proceso de reflexión sobre las experiencias vividas que culminaría en un deseo de cambio, de hacer un alto en el camino y tomar otro rumbo. Esa idea ha estado presente en algunos momentos de mi vida, y eventualmente lo he hecho, aunque con otras dimensiones, y si se quiere, menos drásticas, calculadas, midiendo los pasos por una tendencia personal que me obliga a disminuir el riesgo de fracasar en el intento. Le temo al dolor. Al sufrimiento. Supongo que es naturaleza humana. Una incesante búsqueda de la seguridad, la tranquilidad, el miedo al riesgo, a lo que nos desestabilice. Terror a lo que no podemos controlar.
Y como en un mal chiste de la vida, una broma pesada que se ha prolongado un tiempo surreal, un día aparece como de la nada un enemigo invisible, una amenaza latente, escondida, agazapada en la nada, en lo intangible, y nos roba la libertad de elegir. Mejor aún, nos roba la libertad. Y sin embargo, nos libera. En realidad, nunca fuimos libres. Nos controló la alarma de la mañana, la ducha que nunca fue lo cálida que esperábamos, la autopista atestada de carros, la campana escolar, el ruido de la ciudad, el yugo de la vida enmarcada en el estudio o el trabajo, la rutina, los compromisos, las tareas, el concierto, las compras innecesarias, las tradiciones a veces superfluas con encuentros en el club, la fiesta de grado que le costó millones a mis padres y donde pude lucir el costoso vestido comprado en alguna tienda en Miami y envidiar el vestido de otra que seguro fue arte exclusivo del diseñador de turno. El viaje a Cancún con mis amigos de años donde seguramente la noche sería la cómplice de las juergas y las conquistas casuales cuyos rostros recordaría años después, tal vez…
Despierto, y reconozco mi nueva realidad, con la epifanía heredada de Cortázar de que hay ausencias que representan un verdadero triunfo. Despierto, liberada de lo material, sentada en el sofá azul tan ignorado por años. Miro a mi alrededor, los objetos, los recuerdos, mi hijo que ha descubierto a mi lado la magia y la bendición de la cocina de casa, la foto familiar, y a lo lejos, mi computador que, por primera vez, después de casi doce horas, descansa y me recuerda también el regalo que representa mi trabajo y lo afortunada que soy de ser maestra y de recibir el cariño, la generosidad, la inocencia, la paciencia y la grandeza de mis estudiantes que también han asumido este nuevo mundo con valentía, luchando contra sus propias pérdidas, asumiendo el dolor de lo no vivido, y me enseñan a enfrentarlo desde sus ojos jóvenes, testigos de primera mano del inicio de una nueva era.
El día despierta para todos.
Andre, estoy completamente fascinada con tu relato. Mil gracias por todas las enseñanzas académicas y de vida que me dejas, y por supuesto por este obra literaria que de seguro volveré a leer cientos de veces más. Gracias por impactar mi vida de la manera tan positiva que lo hiciste y por hacer de mi paso por el colegio una increíble aventura. Te quiero mucho Andre y espero volver a verte pronto ❤️
Sentido relato de nuestra nueva realidad (Cuántas más nos faltarán?). Andrea, muchas gracias por éste proyecto, por darles la oportunidad a los chicos de expresar sus emociones a través de ésta revista, que además será su huella de la pandemia.EXCELENTE. FELICITACIONES.